Cuando era chica, muy chica, solía preguntarme mientras observaba a las personas: "¿por qué soy quién soy y no soy otra persona. Cómo sería estar en la cabeza de ese hombre o esa mujer?" Muchos años más tarde encuentro en los consejos que mis padres nos daban de niños a mis hermanos y a mí, la respuesta a esas preguntas de filosofía infantil. "Siempre hay que ponerse en el lugar del otro para entender algunas cosas o antes de tomar decisiones que afecten a los demás".
Desde hace unos años, a partir de una fuerte revisión personal sobre mis ideas políticas, esas palabras de mis padres cobraron otro vigor. Mis posturas adolescentes vinculadas al ecologismo, la preservación, el respeto por todas las formas de vida y la moderación en la utilización de los recursos también reverdecieron con la fuerza de la maduración que trajo el tiempo.
¿Por qué escribo esto? Porque creo que lo único que nos va a salvar ya no como sociedad sino como especie, es empezar a ver en el otro a uno que podríamos ser nosotros. Y empezar a conversar de otra manera para resolver nuestras diferencias. No hay ni ideología ni religión en este planteo. Hay sólo un intento de sentido común y preservación pacífica.
25 de enero de 2009
domingo, 25 de enero de 2009
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)